Conservar o no Conservar los Bienes Patrimoniales
“Los Bienes Patrimoniales y Culturales de nuestra provincia, pueden ser una guía para afrontar las altas temperaturas y el Cambio Climát...
Los bienes culturales forman parte de nuestras vidas y con ello la adaptación a cada lugar en el que vivimos, sea urbano o rural, conservando las herencias recibidas por las sociedades anteriores a nuestra existencia. Se puede proyectar el futuro, pero no deberíamos borrar el pasado, el mismo siempre deja esas huellas que son de aprendizajes y nos enseña el camino hacia donde debemos dirigirnos como conjunto social.
Para un mayor entendimiento sobre los bienes culturales, se debe hacer una comparación marcada y notoria en el paso del tiempo. En la ciudad de La Rioja, el ritmo de crecimiento poblacional actual es más acelerado, también el de construcción de edificaciones de todo tipo. En los pueblos o zonas rurales (interior de la provincia), por lo general se conservan por más tiempo las viejas construcciones, con escasas y paulatinas modificaciones en el modelado visual del paisaje, conservando sus formas y las costumbres socio-culturales por un tiempo más prolongado.
Como sociedad organizada, debemos rescatar muchos de esos bienes o lugares que son reliquias culturales legadas por hombres y mujeres de grandes esfuerzos para crearlos y verlos realizados.
En nuestra ciudad existen claros ejemplos de bienes patrimoniales antiguos (museos, escuelas, edificios públicos, iglesias etc.), sus construcciones pueden servir de modelos tomando su arquitectura como referencia, esta puede ayudarnos a combatir las altas temperaturas.
Debemos formar equipos con profesionales idóneos que hagan trabajos de conservación de bienes patrimoniales, con sugerencias innovadoras sobre estas edificaciones que logren mitigar las altas temperaturas que sufre la población, buscando posibles mejoras para el futuro. Esto nos debe servir de ejemplo para transmitir una nueva cultura de la conservación.
Los bienes patrimoniales son nuestros, lo son por herencia, en la mayoría de los casos nos traen recuerdos y añoranzas. Nostalgias y añoranzas de Pueblos Las circunstancias y necesidades de la vida, hacen que nos alejemos de la tierra natal y tal vez sin darnos cuenta vamos dejando atrás ese lugar amado que al paso de los años solo genera un fuerte extrañar, con un profundo y doloroso desarraigo. Recién a la distancia nos damos cuenta, que también se deja en el camino a su propia cultura. Es en ese preciso momento y a la distancia donde ponemos de manifiesto nuestra esencia, esa que nos define quienes y como somos realmente, también se hace notar la tonada como marca registrada del lugar de donde procedemos, dejando en claro donde uno ha nacido y como ha crecido. Nuestra tierra, esa que realmente nos marca, esa donde se aprendieron los valores y costumbres más importantes que han de acompañarnos en toda nuestra vida.
Somos como un caracol, que lleva a cuestas sus vivencias y costumbres bien arraigada, como herencia de su terruño, en este caso, de un pueblo con suelo árido, arenoso, pedregoso ubicado a pie de monte, con un clima propio de valle de montañas de enormes y floridos cardones. Es en esta bella geografía donde uno ha crecido, en donde se combinan los aromas de su suelo, su clásica vegetación arbórea y arbustiva caducifolias del otoño, más la brisa suave del aire puro, con ese perfume aromático de campo mojado por las copiosas lluvias del verano, con fríos vientos del crudo invierno del lugar, de los más bonitos amaneceres, atardeceres, con sus cielos nocturnos estrellados en primavera, todos estos adornos naturales están grabados por siempre en la memoria, él corazón y en el profundo sentir de nuestra alma.
Cuando se tiene la dicha de regresar, (una vez pasado bastante tiempo), nos encontramos de nuevo con esos lugares ya mencionados y sentimos un gran vacío con mucho por llenar. En ese regreso tan deseado nos damos cuenta que los aromas del lugar siguen intactos, pero no así algunas construcciones que de seguro sufrieron grandes cambios y en otros casos ya no están presentes. La nueva realidad de estos cambios causan una gran tristeza, con dejos de nostalgia que ahondan con profundo dolor en nuestro ser.
Debemos aceptar que los cambios que ocurrieron son lógicos, aunque estos sean pérdidas irreparables y mucho más que hayan dejado de existir. Hoy en el presente, solo se cuentan sus historias de quienes las recuerdan y deciden compartirlas. Las viejas construcciones, se convierten en una necesidad fundamental de conservar y buscar la manera de no desechar estos bellos patrimonios culturales que aún algunos siguen en pie.
Es inaudito que teniendo alguna herramienta para proteger, cuidar, conservar, sobre todo su construcción e historia, solo tengamos que vivir para añorar y recordar con o sin fotografías su paso en el tiempo, convertidas en simples anécdotas difusas que se irán diluyendo de generación en generación, de seguro convertidas en tristes y nostálgicas añoranzas de nuestros pueblos. Prof. Fuentes Victor A.
Un antes y un después en la historia de los bienes patrimoniales “Si nosotros seguimos pensando que estos problemas son responsabilidad de otros, entonces ya estamos vencidos”. Nadie se opone al progreso y a las nuevas construcciones, solo bregamos por la conservación de estos bienes patrimoniales, majestuosos ejemplares que forman parte de nuestra esencia histórica y cultural del pasado.
¿Se pueden conservar? Claro que sí… debemos revalorizar nuestros bienes patrimoniales, crear la forma y los sistemas de protección. ¿Porque y para que conservarlos? Teniendo en cuenta el título principal de este artículo, “conservar o no conservar los bienes patrimoniales”, estos pueden ayudar a combatir las elevadas temperaturas, fomentando el trabajo de construcción en materiales rústicos artesanales (bloques de adobes, ya que la tierra es un recurso propio, de bajo costo), como una nueva alternativa, complementándolos con materiales industriales.
Buscando posibles soluciones: En la ciudad de La Rioja aún se pueden encontrar la tradicional construcción de muros macizos de adobe, más precisamente en el microcentro y macrocentro y esporádicamente en barrios tradicionales. Ya pocos existen de esos muros y de esos pocos algunos todavía en pie. Estos macizos generan inercia térmica, es decir los recintos (casas, casonas y edificios), son frescos durante el día y templados durante la noche, aun en nuestro difícil y conocido contexto climático, que sabemos que sus altas temperaturas durante gran parte del año, definiéndolo según sus características de cálido, árido y seco con déficit hídrico permanente.
Un gran ejemplo de estas antiguas construcciones, las encontramos en las localidades del valle del Bermejo, (por mencionar algunos de los tantos lugares que tenemos), donde también se hace sentir el calor del verano y en el corto invierno demasiado frío, por su altura sobre nivel del mar y la cercanía a la precordillera, en esta región existe una amplitud térmica notoria principalmente en verano.
Lamentablemente estas buenas prácticas para adaptarse al clima han ido en retirada durante el siglo XX, para dar lugar a nuevos sistemas de construcción herméticos modernos, que son ideal para el uso de nuevos aparatos tecnológicos de aires acondicionados, calefacción a gas o eléctrica.
Esta tendencia es global y crece a un ritmo demasiado acelerado. Lejos estamos de volver a esas amplias galerías ventiladas, a esos muros o bloques de adobe que proporcionaban la inercia térmica natural de nuestros lugares, y que se combinan perfectamente con las bondades del paisaje natural de nuestros pueblos y ciudades. Debemos retomar el valor de nuestra tierra y sus bondades, hacer un uso adecuado y racional de lo que la naturaleza nos brinda, simplemente la posibilidad de regresar en el tiempo y trabajar la construcción de adobe. “El Hornero” ese pájaro sabio, y maestro arquitecto de la naturaleza, aún conserva y nos enseña el camino, ese sendero de su tradicional casita rústica de barro, donde él sigue en el tiempo sin perder su esencia, haciendo uso justo y necesario de la naturaleza, de esta manera logra combatir las inclemencias climáticas.
No hay lugar a dudas que nuestros antepasados sufrían las altas temperaturas de esta provincia, ahora la pregunta es ¿cómo hacían para soportarlas? Lo hacían sin electricidad, sin demasiada tecnología, los materiales de construcción no eran modernos. Tal vez la respuesta se encuentra en esos bienes patrimoniales, en esas construcciones de adobe con techos de cañas o jarilla, simplemente cubiertos en tierra. COMO GEÓGRAFO; “propongo conservar los bienes patrimoniales y tomarlos como ejemplo de construcción para mitigar las altas temperaturas y combatir el cambio climático”, este artículo se suma a otros tantos trabajos y proyectos que llevan años sobre este tema sin obtener respuestas concretas de autoridades que se hagan responsables para lograr este objetivo de conservación de todo tipo de bienes, me hace pensar concretamente que cada año que pasa, es un año más y una gran oportunidad que se pierde para mejorar o enmendar la calidad de vida que tanto nos merecemos, mucho hacemos con soportar y acostumbrarnos a los calores que se repiten y se intensifican año tras año.
¿Se trabaja o no se trabaja seriamente sobre el clima?, una cosa es informar con datos meteorológicos y alertas de prevención de desastres climáticos y otra muy distinta es accionar para mitigar y combatir las injerencias climáticas, tal vez por desconocimiento, tal vez por falta de visión, inversión o voluntad política. Debemos accionar de forma urgente, buscando el mecanismo que nos ayude a soportar estas marcadas temperaturas. La población aumenta día a día en números y las demandas socio-económicas también. Tenemos obligaciones con nuestro territorio, pero sobre todo con el Planeta, ayudemos a mitigar las elevadas temperaturas y a combatir el cambio climático, para prolongar una vida saludable y de calidad, que tanto nos merecemos.